Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1871-1872 (Cortes de 1871 a 1872)
Sesión: 4 de julio de 1871
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Muro
Número y páginas del Diario de Sesiones 87, 2.271 a 2.273
Tema: Ejercicio del sufragio universal

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Aunque el Sr. Muro, estimándome como particular, me detesta como político, no he de dejar de decir algo, aunque sea muy poco, en contestación a lo mucho que ha dicho S. S., para demostrarle que yo le estimo a S. S. como particular, y que come político, si no lo estimo no le detesto.

Y digo que he de contestar muy pocas palabras al Sr. Muro, porque ya han podido ver los Sres. Diputados cómo todo ese castillo de naipes que nos ha armado esta noche por espacio de hora y media, ha sido derribado en cinco minutos con brevísimas palabras por el señor Gallostra.

Yo siento mucho que una persona del buen criterio de S. S. y de tan fácil palabra, emplee el uno y la otra en entretener al Congreso refiriendo las grandes ilegalidades, y sacando a plaza violencias que sólo existe en su imaginación, y para demostrar que era una ilegalidad, que era una arbitrariedad, que era un atropello a la Iey, y que era una violencia a la Constitución y un desconocimiento perfecto de toda legalidad, el que se ha exigido, en ciertos y determinados casos, la cédula de vecindad a los electores.

A mí me pasma ese miedo y ese horror que tienen ciertas personas a la cédula de vecindad. Yo soy Ministro de la Gobernación, soy Diputado, soy algo, aunque poco, conocido en el país, y sin embargo, siempre llevo la cédula de vecindad en la cartera: si quiere S. S., se la enseño. (El Sr. Muro: Basta que S. S. lo diga.) Y sin embargo, los amigos del Sr. Muro y los electores de Valladolid le encargan expresamente que entretenga hora y media a Ias Cortes de la Nación, porque no pueden vivir si se les exige la cédula de vecindad. ¡Horror grande tienen a la cédula de vecindad! Ciertamente que no les hace eso mucho favor.

Pero, en fin, ¿para qué se les ha exigido la cédula de vecindad? Pues se les ha exigido para hacer las reclamaciones a la autoridad, y reclamaciones de derecho, sea el que quiera, reclamaciones de todo derecho. Pues si eso lo marca la ley; pues si el derecho más sagrado, si el derecho más ineludible; pues si el derecho no más individual, pero sí el más natural, exige la presentación de la cédula de vecindad; pues si soy yo abogado, por ejemplo, y no puedo presentar un escrito a los tribunales sino llevo la cédula de vecindad; pues si para reclamar un derecho propio no se me oye en los tribunales, ni en ninguna parte, si no llevo la cédula de vecindad, ¿por qué no ha de exigirse esto para el ejercicio del derecho electoral, que por grande y por importante que sea, y lo es mucho, nunca puede serlo tanto como esos otros derechos naturales y de todos los días? Por consiguiente, la cédula de vecindad se exige cuando un ciudadano tiene que reclamar un derecho, sea el que quiera, y la autoridad, antes de saber el derecho que trata de ejercerse por el que acude a ella, exige ese documento como identificación de la persona. Ya que el Sr. Muro desea que haga declaraciones respecto de este punto, voy a hacerlas terminantes y explícitas.

La cédula de vecindad no es indispensable para el ejercicio del derecho electoral si el elector consta en Ias listas, si lleva además la cédula electoral y no hay duda alguna respecto de la identidad de la persona; pero si un ciudadano, no constando en el padrón, al hacer Ias listas electorales por omisión, con intención o sin ella, no aparece en esas listas, y este ciudadano va a reclamar la inclusión de su nombre, ¿cómo lo reclama? ¿Cómo acredita que debe estar en las listas?¿Con qué documentos? Con la cédula de vecindad; y en presentándola, si en efecto ha sido omisión, se subsana esta falta incluyéndole en las listas; pero si no presenta este documento y ocurren todas estas circunstancias, la autoridad hace bien en no incluirle en la lista aunque sepa que en realidad existe, porque la primera condición para ser vecino es estar en el padrón, y si no aparece en el padrón, y no está en Ias listas electorales, no es elector.

Otro caso en que puede ser indispensable la cédula de vecindad: llega un elector al colegio electoral, presenta su cédula con la que acredita el derecho de votar; pero hay otros electores que dicen que aquel no es tal elector. ¿Qué hace el presidente de la mesa? No tiene más remedio que acudir al testimonio de otros electores de los allí presentes si es que alguno le conoce; y aun así entre unos que niegan y otros que afirman, el presidente no tiene más medio de averiguar la verdad que el exigirle la cédula de vecindad Esto ha sucedido en un colegio electoral de Madrid, en que mientras unos electores aseguraban que el que iba a votar era elector, otros sostenían que el verdadero elector no se le parecía, que se parecía al que iba a votar como un huevo a una castaña.

¿Qué hace el presidente de la mesa en este caso? ¿Echa a la calle al elector? ¿No le deja votar? ¿Cómo sabe si en efecto es el elector? ¿Cómo identifica la persona? Pues si esto no se hace, si no se identifica la persona, en el momento en que hay duda, el presidente no debe dejar votar y si dejara no cumpliría con la ley. Y cuando está en manos del elector evitar toda arbitrariedad que por esto se pueda cometer, ¿por qué no ha de subsanarse este caso que puede ocurrir? Pues éste es uno de los casos en que puede y debe exigirse la cédula de vecindad como medio de identificación de la persona; es uno de tantos medios que el presidente puede emplear para suplir a los testimonios de los electores y que ya la ley exige en el caso de que ese testimonio no fuese bastante.

Pero me ha hecho gracia Ia manera de discurrir del Sr. Muro, y por eso he comenzado admirándome del horror que causa al Sr. Muro y a sus amigos Ia cédula de vecindad. Dice el Sr. Muro que en el caso de que el presidente se encuentre dudoso para resolver sobre la identidad de cualquier elector, puede salir de la duda, si es estudiante exigiéndole la matrícula, si es Iicenciado del ejército exigiéndole la licencia, si es empleado exigiéndole el nombramiento. Y pregunto yo: sino es estudiante, ni licenciado, ni empleado, ¿qué le exige el presidente? Si S. S. reconoce en éste el derecho de exigir una matrícula, una licencia o un nombramiento, ¿por qué no ha de tenerle para exigir la cédula de vecindad que es la credencial, que es el título de todo ciudadano, y que todo ciudadano tiene obligación de llevar sobre sí? Ya ven los Sres. Diputados a qué poco queda reducida la cuestión que ha querido promover el Sr. Muro después de reconocer que el presidente de la mesa puede exigir un documento al estudiante, al licenciado, al empleado: ¿y qué exigiría al zapatero que acreditase su profesión? ¿No es mucho mejor exigir un título común a todas las clases cual es el de la cédula de vecindad? Ahí tiene el Sr. Muro cómo por llevar las cosas a la exageración se viene a caer en el ridículo. Todas las violencias, todas las arbitrariedades, todas las ilegalidades, todas las violaciones de ley que comete este Ministerio, y sobre todo el asendereado Ministro de Ia Gobernación, están reducidas a que unos cuantos [2.271] presidentes de mesa, para identificar la personalidad de algunos electores, han tenido el atrevimiento de exigir la cédula de vecindad. ¿Puede ser esto motivo para que el Sr. Muro haga un discurso de oposición tan violento al Ministro, y hasta dirija cargos a la mayoría que sostiene a un Gobierno que hace tales y tan extraordinarias cosas? ¿En qué he faltado yo? ¿Cuándo he dicho yo a las autoridades y a los gobernadores civiles que exijan para votar la cédula de vecindad? ¿Conoce S. S. alguna circular en que eso se disponga, alguna disposición del Gobierno en que tal cosa se establezca? (El señor Muro: Pero lo consiente.) Si no lo consiento, sino hay semejante cosa, pues, ¿no he de dejar, como debo, que los tribunales exijan la identidad de la persona según las leyes determinan? ¿O quiere S. S. que me oponga al cumplimiento de las leyes? (El Sr. Muro: En lo que conviene.) Ya sé yo que le conviene a S. S. eso; pero de seguro lo podía dejar para mejor ocasión, que ahora no la tiene buena; pero al fin, siempre es una ventaja para el Gobierno, que tan duramente se le trata, cuando no hace motivo ninguno sino para que se lo trate bien, cuando ha cumplido estrictamente la ley y quiere que se cumpla, y cuando, finalmente, de las cédulas de vecindad sólo quiere que se haga uso para impedir los abusos electorales, para impedir el fraude electoral; para eso ha dejado amplísima libertad, y no ha tenido que decir a los presidentes de las mesas, que son los verdaderos responsables, que los que voten sean verdaderos electores y no falsos electores, como yo he conocido muchos y S.S. también; y después, ¿qué quiere S.S. que haga el Gobierno?

Supongamos por un momento que el alcalde haya exigido indebidamente la cédula de vecindad, o que el presidente de la mesa no haya dejado votar a un elector por no haberla tenido: ¿qué quería que hiciera el señor Gallostra, gobernador de Valladolid, que lo fue dignamente, como S. S. no ha podido menos de confesarlo, qué quería que hiciese con el que exigía la cédula de vecindad? ¿Qué quería que hubiera hecho yo? Si algo hubiera yo hecho contra esos presidentes y el gobernador, entonces Sr. Gallostra, hubiera tenido S. S. razón para venir a combatir al Gobierno, y para venir a atacarle mucho más duramente que cuando no tiene razón ninguna para atacarle; si se conduce mal el presidente de la mesa, medios da la ley para castigarle; pero el Ministro de la Gobernación, ¿qué tiene que ver con eso? ¿Por qué me culpa S. S. de que no he hecho nada? ¿No es lujo y gusto de atacarme, o es que le conviene al Sr. Muro, porque no soy simpático a los federales de Valladolid, y para ganarse esas simpatías S. S.? Pues tenga entendido S. S. que no me importa nada de eso, porque cuanto más me atacan en cierto terreno, me hacen, lejos de ofenderme, un grandísimo favor y un grandísimo beneficio.

No quiero hablar más, porque no merece más la cosa, créalo S. S.; y es lástima que haya invertido S. S. tan buenas palabras, que haya invertido tanto tiempo, y que haya invertido frases tan bien hechas, cuando pudiera haberlo dicho S. S. en tres palabras, yo haberlo contestado en otras tres, y se hubiera concluido; pero en fin, S.S. sin venir a cuento, ha tenido a bien decir dos o tres cosas a que tengo que contestar.

Entre lo que ha dicho me ha llamado faccioso y qué sé yo cuántas cosas; y dice que soy ya tan faccioso, que he provocado una sublevación y he hecho alarde de haberla provocado.

Su señoría está en eso equivocado: me han dirigido varias veces ese mismo cargo los compañeros de S.S.; pero como me lo han hecho tantas veces, ya lo oigo como quien oye llover. Pero en fin, ya que me lo ha dirigido S. S., y una vez que estoy de pie, voy a contestarle. Yo no he dicho jamás que haya provocado una sublevación, por el gusto de destruir un partido, no; lo que he dicho es, que ese partido estaba tan insolente, tan fuera de la ley, y cometía tales ilegalidades y se creía tan fuerte y tan potente, que yo decía a mis compañeros: " al fin, para meter dentro de la ley a ese partido, habrá que luchar con él. Pues venga la lucha para meterlo dentro de la ley, y metámosle cuanto antes, venga o no la lucha." Esto dije, y esto repito, y eso lo haría mil veces si mil veces me encontrase en las mismas condiciones en lo sucesivo.

Se trata, señores, de un partido que estaba provocando todos los días al Gobierno, y no sólo al Gobierno, sino provocando a la sociedad: no conocía ley alguna; se había apoderado en las poblaciones de la fuerza pública, de las corporaciones populares; y la fuerza pública estaba en constante rebelión contra el Gobierno, y las corporaciones populares, más que corporaciones populares, eran clubs de sublevación. Era necesario salir de aquel estado; y como que aquel partido se creía más fuerte que el Gobierno y superior al Gobierno, yo ya sabía que no había de dejarse meter impunemente dentro de la ley; pero deber del Gobierno era meterlo pronto dentro de ella, porque sin eso no hay Gobierno ni Estado posible. Y a esa necesidad contribuí yo, sintiendo no haber contribuido tres meses antes. Eso dije, eso repito ahora, y eso haré siempre que sea preciso.

Otro cargo ha hecho S. S., trayendo aquí a la memoria un nombre que me es a mí y que me ha sido más caro que a S. S. y que a muchos de esos que se han ocupado del nombre de D. Carlos Rubio. Supone S. S. que los amigos de D. Carlos Rubio y su partido han sido ingratos con él, y esto no es verdad. D. Carlos Rubio ha tenido un enemigo acérrimo durante toda su vida; lo ha seguido como la sombra al cuerpo, sin dejarlo un solo momento hasta que ha bajado a la tumba. Ese enemigo acérrimo hacía irrealizable todo deseo, hacía estéril toda amistad, hacía imposibles todos los sacrificios de las personas que le querían bien. Pues ese enemigo acérrimo ha sido su carácter singular y su manera de ser inexplicable: carácter singular y manera de ser inexplicable que ha ocasionado su aislamiento en vida y su miseria al tiempo de morir, contra la voluntad, contra el deseo, contra las intenciones, contra los propósitos de sus antiguos amigos y de su antiguo partido. No es justo, pues, que todos los días se esté acusando al partido de ingratitud hacia D. Carlos Rubio, ni a sus amigos, que en todas épocas le consideraron, más que como amigo, como hermano. Y no ha habido posición a que un hombre político pueda aspirar con la cual no se le haya brindado muchas y repetidas veces; porque no ha habido sacrificio a que no hayan estado dispuestos sus amigos, pero sacrificios que hacían estériles aquel carácter singular y aquella manera de ser inexplicable. No es justo, pues, que se trate a sus amigos y al partido de la manera que los ha tratado el señor Muro con relación a D. Carlos Rubio.

Por lo demás, y aparte de estas dos ideas de que he tenido que hacerme cargo, no tengo más que añadir sino que las cédulas de vecindad no se exigen para votar; pero pueden ser documentos indispensables para la identificación de la persona, para acreditar el derecho electoral, y sobre todo para acreditar, como he dicho, la [2.272] identidad de la persona cuando esto fuera necesario, cuando no bastara el testimonio de los electores que están en el colegio electoral.

 Y hasta tal punto es esto verdad, Sres. Diputados, que yo no tendría inconveniente en pediros que votéis la proposición del Sr. Muro, porque en ella no se dice nada más sino que el sufragio universal se practique con arreglo a las leyes. Pues con arreglo a las leyes queremos que se practique el sufragio universal; queremos que el sufragio universal se practique en toda su pureza, con más pureza que S. S.; porque S. S, no sé si lo quiere tan puro como lo quería ayer un correligionario suyo, que quería el sufragio universal por medio del dinero, del vino, de sardinas o de cosa semejante.

Nosotros no queremos eso; y yo no quiero eso; y para esto, y para evitar que el sufragio universal se Ileve a cabo por medio de dinero, como lo sostuvo anoche un correligionario de S. S., es para lo que es indispensable tomar todas esas disposiciones, que sirven para garantía del sufragio universal, del sufragio puro, no un sufragio falseado, que a S. SS. les gusta cuando se falsea en provecho de ellos; pero no les parece bien si alguno se atreve a falsificarlo en provecho de los demás.

En ese terreno estamos dispuestos a seguir a S. S., y yo no diré más que nadie, pero tan dispuesto como el que más; y así, que yo no he leído el preámbulo, no sé lo que dice; pero en cuanto al articulado, si no se vota el preámbulo, yo les digo a los Sres. Diputados: no hay inconveniente ninguno en que lo votéis, porque lo que quiere el Sr. Muro, lo que quiere el Ministro de la Gobernación, es que el sufragio universal se ejerza con arreglo a las leyes y a la Constitución; y en ese sentido no tengo inconveniente en que se vote el articulado de la proposición del Sr. Muro aparte del preámbulo; así, pues, votemos todos, Sres. Diputados, el articulado de la proposición del Sr. Muro.



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